globo animado

Qué terriblemente absurdo es estar vivo

Imagen de Ina Stanimirova.

 

Estos días se nos están muriendo los hombres.

La primavera ha llenado de flores y luz las calles vacías, hay eco en rincones donde nunca existió silencio, y los animales toman ciudades, el mar las playas, la tierra caminos de asfalto; como una revancha, como el cobro tardío de una deuda de vida , como la vendetta de una masa enfurecida. Un ejército de pájaros y flores quebrándonos las ventanas de esta dictadura del hombre, un cielo limpio y profundo tomando las azoteas y los balcones con un derecho de anciano venerable.  Nos hemos convertido en ermitaños forzados, confinados, sitiados, privados de lo que más humanos nos hace que es el hambre de otros humanos.

En estos días se nos siguen muriendo nuestros muertos, no ya los de la televisión, los del telediario, los de la radio, los de la foto de portada; hablo de los nuestros. Muertos míos y tuyos, madres, padres, abuelos, tíos, amigos… Miles de muertos que siguen muriendo y esta vez, sin despedida, sin aspavientos, sin abrazo, sin carne caliente, sin suspiro de otro en el cuello, sin calor tuyo y mío. Yo solo quisiera poder calmar el dolor de aquellos que habéis perdido a alguien en esta tristeza de bando vencido, yo quisiera deciros que no solo entiendo la herida, si no que no dejo de pensarla. Lo más cruel de este desastre es sin duda la ausencia de despedida.

Yo repaso mis muertos, lo míos, los que ya no están. Mis abuelos.

Mi abuela.

Mi abuela.

Mi abuela.

No sabes abuela lo que me ha tranquilizado saber que ya te habías ido antes, que no he tenido que vivir la angustia de saberte confinada en otra habitación, muy lejos de la mía, donde nadie podría visitarte, con miedo o con la valentía inocente del final de los días, no sé, de mi miedo si sé, de ese habría continentes. Miedo al saberte sola, miedo al creerte perdida, miedo mío de no saber del miedo tuyo. Y así, con ese miedo sin cura os imagino a todos los que esperáis noticias de alguien que inicia una partida. Hace días compartí la necesaria labor de @acortandoladistancia, un grupo de gente y de empresas que están haciendo posible que ingresados por esta enfermedad puedan estar acompañados de los suyos y puedan, llegado el momento, despedirse. Gracias por permitirnos seguir siendo humanos en medio de este escenario de asepsia y de cifras.

Cuando mi abuela Ana murió, yo no llegué  a tiempo y sigo sintiendo no haber podido decirle que estaba con ella, que la quería, que nunca estaría sola. Pero estuvieron sus hijos. Pero pudimos, al día siguiente, reunirnos en el duelo al que obliga nuestra cultura. Los nietos ya mayores, sentados juntos en un sofá del tanatorio. Pudimos reírnos recordándola y llorar, y agradecer, y sentir que éramos fruto de aquella mujer, todos nosotros. Y rezaron por ella, y nos abrazamos quienes la quisimos. Nos despedimos.

Hoy tus muertos y los míos no tienen opción de despedida, de pésames eternos, de abrazos, de lágrimas calientes, de reencuentros, de escenas de sofá en un tanatorio. Solo os deseo una pronta despedida pospuesta, solo así podremos cerrar heridas.

Y en medio del sin sentido, se nos ha muerto Aute, como mis muertos, como los tuyos. Y todas estas muertes suenan como a letra de canción antigua, como a bandolero de sierra, un robo, un atraco, una decisión precipitada del tiempo… Se nos mueren, con el absurdo de la muerte, con la orfandad que deja lo inesperado, lo silenciado, lo sepultado… se nos mueren sin permiso, sin la dispensa de muerte que da el habernos podido despedir, sin el sosiego de lo que ya llevaba un tiempo anunciado, masticado, digerido, llorado. Se muere Ante como uno más, como mis muertos y los tuyos, como los que se acumulan en cifras ya incontestables, en hileras de uno, en procesiones de madera al alba, en gráficas, en tablas, en infografías, en tweets,…. en montañas de estadísticas sin nombre.

Mis muertos y los tuyos, muertes que parecen que nos han espoliado, soy una canción de rabia, una canción de protesta, una letra que gritar con los brazos extendidos y los ojos cerrados.

Nunca pensé que pudieran robarnos hasta los muertos.

¡Ay amor mio, qué terriblemente absurdo es estar vivo!

 

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