Mi cuerpo, tu nido.

La crianza se ha convertido en un escaparate y ahora cada paso que damos parece que está supervisado, comentado, e instagrameado. Esto tiene cosas buenas (algunas) y malas. Esta presión constante hace que a menudo nos sintamos perdidas y entonces «los árboles nos impiden ver el bosque» porque al final, lo que de verdad importa son la intuiciones de madre, de animal que cría.

Crecen las dudas sobre cómo «estimular» a los bebés y yo me repito cada vez que me lo plantean: «Queriéndolo, escuchándolo, jugando con ellos».

Y es que parece que ya desde recién nacidos algunas mamás esperan una lista de deberes para que su bebé adquiera habilidades. Algo así como un circuito de crossfit infantil. Pero nada más lejos de la realidad. Tu bebé te necesita a ti. Y eso es mucho y es suficiente.

Pero a ti de verdad.

A ti como un cuerpo abandonado sobre el que germinar las primeras semanas.

A tus brazos como un refugio eterno que todo lo sana.

A tus insomnios de madre vencida al borde de sus párpados cerrados.

A ti tirada en el suelo mientras trata de alcanzarte.

A ti hablándole con la firme creencia de que entiende lo que le dices, porque solo así acabará entendiéndolo.

A ti mirándole a los ojos para responderle. («Escúchame con los ojos»)

A ti preguntando por qué llora, por qué tiene miedo, por qué no puede dormir… No un consuelo sin fondo, el consuelo de saberse entendido y acompañado.

A ti bailando, saltando, gritando futuros.

A ti completa y desnuda, como único baluarte, como única necesidad para ser feliz.

Lo demás llega, todo llega.

Y sí, ya os contaré cómo estimularlos mediante el juego conforme van creciendo, pero no perdamos de vista que la única certeza somos nosotras.