Y morirán todas nuestras hijas

Imagina a tu hija libre, creciendo desnuda sobre todas las flores, sus pies descalzos lleno de restos de domingos al sol. Contando historias de reinas amazonas, de mares embravecidos, de ejércitos de mujeres bailando al borde un abril que estalla.

Recuérdala hablando por vez  primera en un idioma de ninfa, despertando a los pájaros y a la lluvia, corriendo entre la gente hasta que le brotaron las alas.

Siendo una mujer de viento agitando las sábanas y las hojas de los libros, volando las ventanas de una casa cerrada, sembrando sobre la tierra su sexo sin dueño, brotando de su cuerpo la vida y el aire.

Imagínala llena de raíces aéreas, con la libertad que solo es capaz de otorgarte las alas, con la certeza de futuro anudada en la nuca y la boca repleta de estruendos de tormentas de verano.

Piénsala adulta y calma, a ratos de fuego y a ratos de agua, piénsala leyéndose los pliegues de su cara, como quien lee una historia interminable, sonriendo y celebrando sus abismos como logros que la constiyuyen completa e imperfecta.

Yo la veo, la estoy viendo, jugar feliz y excesiva, agitando los brazos como una promesa de vuelo, con los pies sucios de un agosto libre a sus dos años de territorio no conquistado.

Ahora la vuelvo la mirar.

Ahora de repente me dueles.

Ahora imagino(a)  que mi (tu)  hija crece en Afganistán.