globo animado

Mujer tenías que ser, jardín sobre todos los inviernos

La ilustración es de la artista Ina Stanimirova. ¡No se la pierdan!

 

Y sí ya he escrito muchas veces de esto que es ser mujer y creo que es el primer 8M que no tengo muy claro qué cosas se pueden decir y cuáles no para no acabar dentro de un saco u otro en un bando u otro. Es triste ver como a medida que crece el feminismo se fragmenta a pesar de lo necesario que es que estemos unidas, como ha sido siempre, como de hecho, es, en el día a día.

Cualquier vida acaba siendo un matriarcado, pero no uno de esos que exponer en pancartas, un matriarcado real, el que empieza donde comienza lo que realmente importa. Las mujeres marcan mi vida mucho más fuerte, con colores más vivos, con más ansias de crecer y mejorar que cualquier hombre.

La primera mujer es la madre, y la mía es fuerte como una casa de muros anchos, con todas las puertas y ventanas abiertas, mi madre es un ideal de guerrera, póngala al frente de cualquier ejército de flores y conquistará todos los inviernos, se lo aseguro. Ella es un vendaval necesario, es agitarse hasta que a una le crezcan alas y ya no importe que quieran construirte un palacio porque hace tiempo que andarás volando por encima de cualquier techo.

Abuelas tuve dos muy distintas, una convencida del papel que le otorgaba la época, que emprendía luchas minúsculas que sabía que eran solo suyas, que jamás quiso, porque no supo que era posible, salir del espacio que le habían permitido ocupar, y que supo siempre, que a pesar de todo, esa era la estancia más importante. Y crió tres hijos y cuidó seis nietos, y fue capaz de bailar y reírse hasta hacer caer el cielo. Y fue feliz, quiero creerlo, lo fue porque nunca supo que podría haber volado las puertas y seguir creciendo como una madreselva y estallar con sus flores todas las barreras.

A mi otra abuela, sin embargo, con mis ojos de adulta la recuerdo encerrada. Y no es que no hiciese el papel que tocaba a la perfección, fue la mejor abuela que imaginan, la abuela de los cuentos, las caricias, los juegos, los pucheros, las comidas improvisadas para doce, el refugio al que aún regreso, aunque ya no está (aunque ya no estás, abuela). Pero ella sabía que el mundo era más grande, que ella era muchas más cosas, y así, desde el principio, me transmitió la certeza de que era capaz de cualquier lucha, de cualquier baile, de que nada en mi estaba mal o era inconveniente, de que debía crecer hasta tapizar de flores blancas cualquier asfalto. En ti todo es posible, eso me enseñaste, eso siento y de algún modo pienso en ti, y en la deuda que tengo (que tenemos) con las que supisteis que la revolución era necesaria aunque no os tocase empuñar las armas.

En mi vida sigo teniendo mujeres fuertes y brillantes, mujeres como mi amiga Almu, capaz de cruzarse la tierra para que la escuchen, de levantar una casa en cualquier parte, de patalear hasta que tiemble el suelo y se abra y de ese abismo broten flores amarillas y ya nunca más sea solo barro, ya siempre abril bajo los pies.

Mujeres de edades distintas, con distintas pieles, con heridas propias, con arañazos de lucha que aún escuecen y que me muestran a veces para evitar que a mi también me dañen, a veces para mostrar el orgullo de una tristeza que se convierte en hojas.

Todas mis mujeres que han ido sembrándome la boca de pétalos, el cuerpo de plumas, el corazón de raíces aéreas que nunca perecen. Todas las que me han regalado la posibilidad de construirme, la responsabilidad de construirme, la deuda inmensa del «todo en ti es posible».

Así que hoy no quiero hablar de las veces que he sentido que por ser mujer era inconveniente esta frase, o esta sonrisa. Que por ser mujer debía permitir ese piropo, incluso ese manoseo asqueroso. Que por ser madre no se me permitía aspirar a todo.

Hoy quiero solo agradecer a todas mis mujeres y decirles que soy fuerte, que soy valiente, y que solo tengo miedo a ratos, como todas, pero que prometo pasar la vida queriendo sembrar un jardín que tapice todas las fronteras, todos los rediles, todas las jaulas que nos construyen hasta estallarlas en flores.

 

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