globo animado

Los helados de mi infancia 4: Fantasmikos

El cine de verano era un descampado al aire libre en el que siempre anunciaban sesión doble. Cuando el cine de verano estrena, es un estreno siempre caducado, ya había estado en todas las salas de cine ese invierno o años antes, y sin embrago el revisionado era todo un acontecimiento.

¿Habéis ido al cine de verano con vuestra abuela? ¿No? les  diré que es como hacer un petate para una travesía extrema por el desierto de Atacama. Mi abuela Ana, no era como cualquier abuela, era más, porque era MIII abuela. Mi abuela Ana, ya os hablado mucho de ella, pasaba la tarde haciendo molletes mixtos, bizcochos, una tortilla de papas, una garrafa de agua, un par de batidos, bolsas de palomitas, dos o tres mantas, tres cojines de casa, un reposa cabeza, un par de bolsas de patatas, una barra de pan, una lata de sardinas escabechadas y una bolsa de fantasmikos.

Cargados como un beduino atravesábamos el pueblo hasta llegar al cine, bien prontito para coger buenos sitios. No muy cerca de las farolas, que luego molestan, no muy cerca de los baños, pero lo suficiente que son cuatro horas de sesión… Sillas de metal heladas y durísimas. Colocamos los cojines, las mantas y… voilá.

Aladín se soporta con más o menos dignidad, el plato fuerte es la segunda, El rey león, ahí ya estamos muy tocados. Hemos comido tanto y tan desordenado, que ya nos duele la barriga y empezamos a estar muy cansados. Mi abuela empieza a ver la peli, llega a la escena terrible, esa que tú y yo sabemos, y que ya no es spoiler, pero que no nombraré (traumas infantiles) y mi abuela llora y dice que esa película es un mal rato…nosotros abrimos los helados y nos pringamos hasta la médula de azúcar; mi abuela, con una habilidad sobrehumana ha conseguido dormirse en la silla metálica.

He visto un gatito pardo haciendo zig zag entre las sillas, nadie le hace caso (1994, olviden todo lo que saben sobre animalismo), el gato olisquea las bolsas de otras abuelas pertrechadas, igual que la mía, para una travesía por el desierto, hay alguna patada voladora que no logra acertarle, manotazos, gritos. El gato llega entero (salvo medio rabo que perdería en una batalla pasada). Sopeso las opciones: un trozo de tortilla mordisqueada, un batido de chocolate, patatas de bolsa machacadas… y mi ultimo fantasmiko, el mejor, el verde. Le acerco el helado y empieza a lamerlo con una lengua seca de nómada. Un poco de agua en un tapón que también bebe con avidez. Y me sigue mirando, así que mientras mi abuela ronca como Mufasa, le ofrezco la media tortilla, las patatas, un trozo de bizcocho y el queso pegado en el papel de orillo de los bocadillos. El gato tiene hambre, pero es un sibarita, y las patatas machacadas prefiere no tomarlas.

En la pantalla Simba ha vuelto a casa y ha tenido otro león, mi abuela se despierta con los aplausos de la multitud que antes pateaba al gato. Parece que en los felinos, como en todo, también hay una mierda de escala de valores. Mi abuela me ve sujetando aún el palo del fantasmiko para que el gato apure los restos. La lengua suena como una lija y temo que esté ya desintegrando el plástico. Sonrío a mi abuela. Ella me sonríe igual. “Es que tenía mucha hambre”. Abre la bolsa enorme de refugio nuclear y rebusca hasta que encuentra una lata de sardinas en escabeche (ya os dije que eran los preparos del último superviviente) la abrimos y el gato sin nombre maúlla y devora el contenido. La gente se levanta, el cine se vacía y el gato corre entre las sillas. ¿Donde van los que no tienen lugar al que volver?

De vuelta a casa yo lloro un poquito, solo un poco, mi abuela me abraza, me dice que ese gato es muy famoso, que todos lo conocen y que todos los días come muy bien, y que hasta tiene un nombre… aprieta los labios, y abre mucho los ojos, “Crockett”, me dice. Yo la miro y sé que me miente, son muchas mañanas con ella tragándome Corrupción en Miami viendo a Don Johnson persiguiendo al Colombiano.

Y nos dormimos en la habitación del viento mientras en mi cabeza repito como un mantra “Hakuna matata Sonny crockett”.

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