globo animado

Los helados de mi infancia 1: El polo flash

Pongámonos en situación; años noventa, poco mas de metro treinta, cincuenta kilos de peso. Bañador turquesa con dibujos de conos de helado en relieve, muslos rozados hasta los huesos, flequillo cortado con tiralíneas. Ocho de la tarde y poloflan en mano (sí, polo flan, en mi casa era poloflan). Supongo de color verde, mi favorito era (y sigue siendo) el de lima. Y cuando quería arriesgar, el azul, que a saber de qué era… corrían rumores de que era de piña… pero a saber, nunca me supo una piña ni parecido.
Corríamos por la urbanización jugando al escondite, y oye, yo para correr no, pero para esconderme era una pasada. Podría haber pasado horas, qué digo horas, semanas o meses… podría haber creado todo un universo en mi pequeño escondite. Me entretenía en contar las hormiguitas, en ver como cargaban migas de pan en una marcha infinita de mujeres cansadas, porque yo siempre las imaginaba mujeres, fuertes y resignadas, como una robusta y enérgica señora del este. Los agujeros de la pared, el cesped que se colaba hasta mi cueva, todas las letras de colores del envoltorio de mi helado… Meses, podría haber sobrevivido allí meses… pero aquello no iba de eso, habría que volver a correr para salvarse… y correr, ya digo, no era lo mío.
Ya estaba hecha a los niños de la zona y casi no me asustaba la idea de que me llamasen gorda, casi, pero cuando venía algún primo, algún colega del cole, algún hijo de amigos de sus padres… no había tarde que no se escuchara “Por la gorda”… Tampoco es que me sintiese especial, otro sería el gafas, otra la raspa,… pero yo, sin duda era la gorda.

 

Así que me escondía donde nadie se atrevería a buscarme, en un hueco que quedaba entre la pared y una planta acintada de esas cuyas hojas cortan como el filo asesino de los folios. Allí, muy quieta. El polo flash derritiéndose y yo sorbiendo lenta el caldito verdoso (sangre de lagarto, diría mi padre, muy dado a símiles asquerosillos, de esos que tanto gustan a los niños). Escuchaba a todos correr, sprint de última hora para tocar la pared “de casa”, el primo de Puertollano que había venido a pasar unos días gritando “Por el gafas” y yo temerosa apurando el flash sabiendo que algún día me tocaría salir, y que ojalá el de Puertollano no me viese, y pudiese alcanzar la pared como Xena la princesa guerrera, y el resabiado del norte no pudiese gritar “Por la gorda”, tocar la pared con mi helado aún en las manos pegajosas y alzar los brazos con un suspiro, la cabeza hacia atrás, el flequillo al viento y el silencio del de Puertollano que ya no tendría mas remedio que aprenderse mi nombre en reconocimiento a semejante gesta. Eso sí que sería una victoria.
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2 Comentarios

  1. Marta, con que gracia escribes y que bien lo haces. Es que te imagino metida alli con tu poloflan (yo también lo llamaba así). Menudas porquerias nos comíamos… un beso guapa!

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