La vida eterna

Todos mis santos son los mismos que los tuyos. Y no los pongo en mesitas de noche, no los cuelgo en altares pequeños en el pasillo de casa, no tienen alrededor pan de oro, ni alas, ni lanzas, ni coronas. Todos mis santos no creo que fuesen santos, solo sé que me faltan y que hicieron mi vida mejor.

El día de todos Los Santos debiera tener otro nombre. El día de todas las gracias. Una oración pagana porque creyentes o no, todos echamos de menos, y sea en un cielo o en una memoria perpetua, la mía, la que tendré mientras viva, todos construimos nuestros altares.

La tierra siempre les será leve a los muertos, mucho más leve que a los vivos, por eso después de la muerte lo que queda es esto. Soy yo hablando contigo a mis casi cuarenta años, contigo que te fuiste hace mucho, contigo, que como ves, no has muerto, porque te tengo, y te regalo a mis hijos, y te abrazo, y te canto canciones, y te enseño mis vestidos nuevos y sonríes, yo se que sonríes porque te veo.

Gracias abuela por tu vida, por la parte de tu vida que me dedicaste a mi, porque esa parte sigue tan viva que no me hacen falta cenizas, ni claveles blancos, ni responsos para tener la certeza de que más allá del cielo estoy yo, mientras viva, tejiendo altares de flores de seda solo para ti, contando historias que vivimos, llenándome la boca del azúcar de los rosquillos de aceite, revisitando las estancias en que fui creciendo, sabiendo que esta carne que se duele, que se estremece y que se mancha, es de algún modo tuya. Estas viva en esta herida y en esta risa, en este sueño y en mis caídas.

No necesito santos, solo saber que viviste, saber que vivimos y que ojalá viviremos mucho más allá de todos los cielos prometidos.

La vida eterna era esto, era tenerte mientras me dure la carne.