
Historias para no dormir
Tengo un trabajo precioso en el que aprendo cada día.
Este trabajo mío me ocupa más de media vida, y es por eso que a veces, mi otra mitad me reclama su espacio.
Es complicadísimo conciliar ambas vidas. Tratar de que ambas partes de mí sobrevivan.
Por eso, cuando salgo tarde de consulta vuelvo a casa llorando, pensando que no podré ver a mis hijos, que no llegué a tiempo del cuento y los besos de buenas noches.
En mi coche diminuto me vuelvo aún más pequeña, desaparezco y todo lo que hice hasta ese momento, todo ese día parece un fracaso.
No vas a llegar.
Pero de vez en cuando ocurre la magia y al llegar, alguien me espera tras la puerta.
Este instante es una victoria épica, es como si hubiese logrado burlar al tiempo.
Atravieso la puerta, besos para todos, los labios rojos estampados en la frente como una marca de pertenencia (míos, mis cachorros).
Alejo mal resume 24h en 3 minutos, Abril grita “mamá» como una letanía.
Los perros saltan y me lamen los tobillos, se cruza un gato, el otro maúlla en el dormitorio.
Agotada, aún vestida, con el bolso todavía en el hombro, corro por pasillo con un niño en cada brazo “Mami Hulka” grita Alejo.,y me río y me rindo sobre el colchón donde mis dos hijos saltan pidiendo un cuento.
Apago la luz, cierro los ojos con ellos, se tumban sobre mí y se hace el silencio:
“Había una vez una mami que sentía que nunca era suficiente»
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