Enfermos de miedo
Imagen genial de Idígoras y Pachi.
Hoy ha escrito alguien a quien quiero y admiro sobre el miedo. Y no sobre cualquier miedo, él ha hablado del peor de los miedos, el miedo de los niños.
Él es pediatra, él es enfermo, él es poeta. Ha sido niño enfermo y padece y padecerá para siempre una enfermedad y sus secuelas.
Él, reconoce, nunca tuvo miedo, no lo tuvo de niño a pesar de que visto ahora desde la distancia sabe que fue un niño muerto varias veces, que algunos médicos lo anduvieron despidiendo… No tuvo miedo porque su entorno le hizo el regalo más extraordinario, saberse a salvo.
Mi amigo Migue habla no de su valentía, sino de la sus padres; no de su miedo, sino del miedo que estamos sembrando los adultos, con ojos de adultos, con heridas de adulto, con sombras de adulto en nuestros hijos.
Yo ya os he hablado de esto (La plaga) o cuando reflexionaba sobre los daños de la pandemia en mis pacientes. , hoy quiero dar un paso más, ser más clara y hablar de las heridas.
Ya he dicho muchas veces que creo que la crueldad y el morbo con el que se está tratando esta pandemia en los medios es desmedida y casi diría inmoral. Hay que informar sin amedrentar. Tener miedo es distinto a ser consciente. Yo soy consciente, entiendo que estamos en medio de una crisis sanitaria, social y económica, que el virus existe, por supuesto, y mata gente, y hay que ser responsables y de momento obedecer… Pero me cuestiono cosas, de lo contrario sería una estúpida, una inconsciente, una persona desconectada de su realidad.
En este caso yo me cuestiono el trato a los médicos de atención primaria, privados de ver a sus pacientes, trabajando por teléfono con listas interminables y sabiendo que probablemente fuera de esa lista habrá muchos que no han logrado acceder… “No me siento pediatra”, me decía una compañera…
Me cuestiono el cierre de los parques, de las salas de conciertos.
Me cuestiono la condena a morir de hambre de tantas familias.
Pero sobretodo me cuestiono el MIEDO. El miedo cómo método de aniquilación de las ideas.
Estamos enfermos de miedo. Contando muertos a las tres de la tarde mientras nos pasamos el pan, con ojos de ayer.
Conduzco al trabajo escuchando las cifras de nuevo contagios, por comunidades, por ciudades, pueblos confinados, más muertos, otros muertos. Son tantos los muertos que es difícil imaginarlos vivos.Las cifras enormes los deshumanizan, los diluyen, los borran.
Ya muy al principio de este desastre hablé de este morbo tan asquerosamente humano de retransmitir el drama esperando llevarte la sal de las últimas lágrimas, del ultimo muerto.
No, no necesito contar cadáveres cada día. No, no me ayuda a ser más responsable ni más consciente. Si necesito esa cifra, podré buscarla, pero si desease esconderme de ella, qué complicado iba a serme en este mundo.
Estamos asistiendo a un espectáculo de terror. Pasen y vean. No se muevan, no respiren, ¿Sienten el peso en el pecho?, ¿Les duele ya el aire en la boca?
Enfermos de miedo.
Y lo peor, de este miedo, es que es terriblemente contagioso y a los pobres niños se les están llenando los sueños de abismos. Y no es justo, y no es natural. Los niños están también contando muertos. Un muerto, dos muertos, mil muertos… Una montaña de vidas, una certidumbre de fin que no pueden ni entender ni gestionar.
Tengo pacientes con miedo a no poder respirar, que me cuentan que les quema el aire solo cuando lo piensan, cuando piensan en respirar, cuando piensan que están vivos.
Niños que me hablan de la muerte de sus abuelos, sus abuelos vivos y sanos, sus abuelos como los otros abuelos, con otros nietos, que sí han fallecido.
Niños con insomnios infinitos, con trastornos de alimentación, con rituales mágicos para ahuyentar los fantasmas. Niños que huyen de las aceras ocupadas, niños con las manos pegadas al cuerpo que no se atreven a saludar, niños con guantes, niños que no quieren salir a la calle, que temen cruzar las puertas.
El miedo asola toda esperanza, toda duda, toda fuerza.
No estamos enfermos de coronavirus, pero sí somos una sociedad enferma por coronavirus.
Por favor no confundamos el miedo con la responsabilidad.
Por favor dejen sus fantasmas enterrados y sáquenlos a pasear cuando no haya niños.
Apaguen la televisión y celebren algo, lo que sea, seguro que hay razones para bailar incluso en pandemia. Yo les doy una idea: los niños, sus niños.
Pd: Escuchen a mi amigo, que además de poeta es músico y léanlo porque siempre saldrán ganando: @miguelangeldelgadomusica.
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