globo animado

El verano era aquello

Verano 2020

En nada se inaugura verano, raruno verano, “nueva normalidad” o impuesta distopía. No será un verano al uso, está claro. Y recordaremos el verano de 2020 en el que no asfixiamos con las mascarillas, en el que los primeros besos fueron ilegales en playas escrupulosamente ordenadas…

El verano era aquello

Mis veranos olían a aftersun y estaban indefectiblemente unidos a mis abuelos paternos. Mis padres, que trabajaban, como cualquier hijo de vecino, hacían un gran esfuerzo y cada mañana recogían a mi abuela muy temprano y la llevaban a casa para que nos esperase mientras dormíamos. Al levantarnos, paseo hasta el apartamento de mis abuelos, compras de fruta y verduras, y alguna porquería insana que devorábamos por el camino. En casa de abuela, Bonanza, Santa Bárbara y McGyver… Y el abuelo con su Meiba a rayas azules y blancas y un polito de color chillón, su bolsa de deporte y su toalla. Paseo de nuevo hasta la playa, primera línea (era siempre temprano), toallas en la arena y a correr. Poca crema, o ninguna, solo si rarísima vez no acompañaba la abuela, entonces la crema escocía como agua hirviendo en los ojos (No dejáis que se absorba). El abuelo comentaba el viento (levante o poniente), las olas, y se tiraba y nadaba muy lejos, “Yo soy un lobo de mar”, decía. Y jugábamos en el límite de las boyas en un mar limpio aunque tomado por los güiris de la Costa del Sol. De vuelta a casa, el cubo lleno de agua para enjuagarnos los pies al salir de la arena (no gastes toda que tiene que haber para los demás). Y cuesta arriba con hambre y con fuego en los muslos rozándose muy juntos, como un reguetton precoz de niña con sobrepeso. Escocía la sal y la arena, al llegar corriendo a la piscina, la abuela gritaba desde el balcón del piso: “A comer” y subíamos aún empapados y desmayados de hambre. La mesa enorme: pistos, filetes empanados, ensaladilla rusa, croquetas, flan1, flan2, prueba este bizcocho… Así era mi abuela Ana. Y de repente en aquel salón de apartamento   una mesa digna de dioses en chanclas y habaneras.

Y tantos años después, yo sigo oliendo, degustando y sintiendo cada verano pasado de niña. No necesito ni cerrar los ojos para verlos a todos, los que faltan siguen estando igual de vivos en mis recuerdos, igual. Me sé de memoria las voces, los gestos, las pieles, los abrazos… Me sé de memoria las cortinillas de encaje de la alacena, los relieves de las puertas, la pegatina de snoopy de los cristales del salón, la barandilla de la terraza, los nidos de los mirlos, el eco del hall, el mueble de la tele, el viento silbando como un huracán,  las colchas de las camas, las cortinas de la habitación,… Ojalá supiese pintar, ojalá pudiese enseñaros lo que veo… Esos fueron mis mejores veranos, y desearía regalarles esta vida a mis hijos y estos eternos recuerdos.

Declaración de intenciones

Así que, verano de 2020, no vas a llegarle ni a la suela de los zapatos a mis veranos de infancia, pero eso será un secreto, lo sabremos solo los adultos, los niños, esperemos, andarán construyendo ciudades libres con bloques de colores y cubos de arena, comiendo helados al menos una vez por semana (no me mientan, madres, todos sabemos que ocurre, y no pasa nada), intentando ver las perseidas en agosto, batallando con globos de agua, defendiendo fortalezas, acampando en el sofá… Están dándole forma a sus recuerdos, no os olvidéis de llenarlos de momentos épicos, no olvidéis que como yo hoy, se verán a sí mismos tratando de dibujar el encaje de la alacena de la abuela donde guardaba toda clase de dulces prohibidos muchos años y mucha vida después.

Y así inauguro un especial “patologías de verano” donde hablaremos del impétigo, las diarreas, las otitis externas, las dactilitis de piscina, las “falsas boqueras”, la reacciones a la henna… y todo lo que se me vaya ocurriendo.

 

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