El campo estará verde
Empieza 2021 como una odisea de película mala, de esas que quedan para las sobremesas pesadas de los domingos. Una película como un menú de restaurante para güiris lleno de platos combinados imposibles, comida española, hindú, mexicana, japonesa… Todo cabe en esas fotos plastificadas. Así ha empezado el año, triste e indigesto.
Había catástrofes más que esperables, como la trillada tercera ola. Ya nos habíamos visto el trailer, conocíamos el argumento y aún así puede haber quien se haga el sorprendido, pero no se engañen, está fingiendo. Otras grandes novedades como una tormenta épica o el asalto a una democracia antigua.
Creo que todos estamos cansados y atragantados. Los hospitales empiezan a llenarse de pabellones dedicados solo al hit del momento. Cifras y curvas y estadísticas. Y así, como cualquier otra muerte a la que se nos sobreexpone, como cualquier otro drama retransmitido en streaming, ya no nos duelen las ausencias porque parece que nos hemos acostumbrado a esto, ya no hay pena ni miedo, y aunque es terrible vivir con miedo, también lo es creerse invencible.
La vacuna llega lenta, pero llega. Todos aprovechan el momento para ponerse la medalla o culpar del desastre, según sea el bando, ya saben de qué va esto…
Yo, aquí, me confieso agotada, triste. A veces,`- vencida.
A mi me cansa la irresponsabilidad individual, el incivismo, el egoísmo, y la violencia, los negacionistas, los que se apuntan muertos en un bando u otro, las vergonzosas comparecencias de nuestros representantes cualquiera que sea su color, el uso y abuso de los sanitarios, la gran mentira del «de esto saldremos mejores» la esquizofrenia de intentar ser feliz en este escenario, el miedo continuo de futuro.
Sabemos que hay que mantener las ganas de lucha para que esto acabe, pero qué difícil cuando todo parece derrumbarse. Porque no es la pandemia lo que nos mata, nos está matando la deshumanización. Esta anestesia de caminar sobre los escombros de todo lo que construimos sin temblar, sin estremecernos. Cuerpos vacíos con sonido de campana quebrada.
Tengo una desesperanza de domingo que amenaza con hacerse fuerte sobre el diafragma pesándome como un alquitrán caliente que me impide coger aire. El aire que ya no sabe, ni huele, ni toca. Ya ni el aire.
Pero esta tarde tengo un anuncio, una noticia, una esperanza. El campo está verde, los niños saltan con los pies llenos de flores, y todo el futuro se concentra en este instante en que tomo aire y futuro, aire y promesa de primavera, aire y esperanza a partes iguales, con la boca desnuda, y el alma libre.
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