Cuando fui invencible

A veces las noches se me crecen como un mar.

Primero siento un vacío entre las costillas, un frío repentino de pasillo oscuro, y entonces empiezan a desfilar ausencias, nostalgias, ojaláes…

Los besos que nunca di, las palabras que no escuché, los abrazos que tuve, las voces que no están…

Y de repente añoro todo. De repente, por un instante, me abandono a la tormenta de la noche crecida, y trato de asirme a un recuerdo, como única opción de supervivencia.

Esta noche toca querer regresar a mi casa de infancia llena de gente que ya no está. A todos ellos con el pelo cardado y hombreras, con estampados imposibles cantándome feliz cumpleaños alrededor de la mesa.

El olor de la crema de manos de mi abuela, la tarta de colores, el lazo de mi pelo, el tacto suave del cuello del vestido, mis manos manchadas de nata, mi hermano con la boca abierta, el collar de plástico y la certeza de ser invencible.

¿Cuándo fue el momento exacto en que crecer me arrebató todo aquello?¿En qué instante dejé que me tragasen las madrugadas?

Miro a mis hijos dormir, desmayados sobre una cama en guerra, ajenos a cualquier tormenta.

Suspiro. Me digo: “Ellos aún son invencibles».