25 de diciembre
*La ilustración es de Beatriz Barbero.
El día de navidad se almorzaba en el salón de la casa de mi abuela Ana. Un salón enorme y frío, con un suelo de parqué marrón y unos muebles elefantes normalmente escrupulosamente ordenados y en silencio, como la fila de un colegio de niños bien.
Aquel día se abrían las puertas de la sala y en tropel un desfile de platos, colores, olores y sonidos barrían la solemnidad del espacio.
Jamón, queso, chorizo, croquetas, sopa, ensaladilla, canapés, volovanes, y una carne, y “Prueba las anchoas que se que te gustan»… y serpentinas y confeti, y los regalos de mis primas a las que sí visitaba papa noel, y el olor de la colonia de mi abuela, sus manos blancas, su vestido azul.
Mi abuelo sentando al otro lado de la mesa enorme, como director de orquesta. “Ana falta vino, Ana, traeté el pan». Mi abuela recorriendo la casa una y otra vez con mi madre y mi tía en una suerte de cohorte improvisada.
Los niños a la mesa, los zapatos de los días especiales resbalando en el parqué, un vestido de cuadros verdes y rojos con una falda de tablas imposible en mi cuerpo redondo. Las medias, las dichosas medias comprimiendo los muslos a punto de desbordarse.
Sobre el mantel la vajilla de todas las navidades, el huevo hilado como una madeja desordenada estallando el jamón york, dátiles rellenos de no sé qué cosa, y las croquetas vestidas de domingo sobre una blonda dorada.
¡A comer! y «prueba esto, y esto otro, y no olvides aquello, no puedes dejar de tomar un poco de este»… Y los niños brindamos con croquetas del puchero, porque nada supera las croquetas de mi abuela Ana ni siquiera en navidad.
Los mayores siguen comiendo mientras los primos huímos a la salita y nos amontonamos como sacos de harina, repletos y tensos. Somos un escaparate de niños lustrosos y colorados que bien pondrían venderse al peso.
Empieza Willow en la tele, y lo vemos a ratos, mientras siguen transitando las mujeres del salón a la cocina donde siempre hay algo más que ofrecer. Ahora rocas, bombones de licor, hojaldrinas… La caja inmensa de Casa Mira que mi abuelo exhibe como un trofeo circula de mano en mano.
A mí se me clavan las medias en la barriga y el dramón de Willow en los ojos… y se me saltan las lágrimas y no es porque los leotardos, ya rendidos, se hayan hecho un rollo en la cintura, ni por la triste existencia del pobre Willow,… es porque yo siempre he sido muy de lloriquear cuando entiendo que soy cuasi feliz.
Información básica sobre protección de datos