Y poder volar sobre los tejados

Mucho tiempo hablando de ciencia y poco de mirarnos el ombligo, y eso, es raro y casi insano.

Yo que soy de miedos, culpas y dramas, paso entretenida en mis limitaciones tardes de domingos y madrugadas.

Reconozco que ser madre me ha obligado a un ritmo frenético en el que casi no queda tiempo para nada, tampoco para el autocompadecimiento.

Aún así a ratos me obligo. «Mírate, hecha un desastre».

A veces sucede algo que me recuerda quien era antes de diluirme en esto, como decía Quino en su viñeta, eso que sería de mí si viviera. Pero solo ocurre a veces. Puede ser una canción, un párrafo de un libro, una visita al teatro, una conversación con una amiga…

Entonces me recuerdo adolescente, perdida volando por encima de las ventanas y los tejados, imaginándome todas las noches de otros insomnes que también volarían. Deseando escapar, no sé de quién ni a dónde, pero supongo, que la adolescencia es una huida constante, probablemente de nosotros mismos, la adolescencia es anticipar esto que soy hoy y querer volar por encima de las ciudades.

Entonces, digo, me recuerdo en lucha trepando muros, escribiendo nostalgias incluso antes de saber qué es echar de menos. Los dedos manchados de tinta, la letra imposible en el margen de los folios. Las tardes infinitas, los ensayos a teloón cerrado, las canciones y los versos libres, bailar como única opción de amanecer.

Entonces, solo entonces, me gustaría asomarme al ombligo, ese que odio, ese perdido entre una piel llena de otoños.¿Puedes verte aquí? ¿Sigues ahí entre las tripas, en el diafragma, sobre el páncreas dormida?