
Respira
La imagen es idílica, pero la historia lo es menos.
Quiero ir a la playa, solo un ratito, me bastaría una hora. Es mi mes favorito para bañarme en el mar. El agua está tranquila y limpia, más fresca, como me gusta, la arena suele dejar espacios para sentarte a leer, han bajado las mareas de turistas y de marabuntas con carpas, neveras, mesas, parchís y altavoces en los que suena Bad Bunny o alguna otra aberración. Cojo un libro: Nuestra parte de noche, una silla de señora (he descubierto el placer de no poner le culo en la arena) y un protector solar. Quiero huir sola, que nadie se entere, serán solo 60 minutos. Pero me huelen, me siguen y se encaraman. Así que añadimos un cubo, dos palas, un rastrillo, tres plátanos, una toalla… Y así, sin más, adiós a Mariana Enríquez.
Aparcamos y viene una señora a pedirme dinero. No tengo, no miento, no lo necesito para ir a darme un baño.
Descubro que he dejado la silla en el coche cuando llego a la arena. Me siento en el suelo. Los niños empiezan a construir ciudades con la tierra sucia de la playa, uno las planifica, las levanta, le cubre las paredes de conchas y cristales verdes; la otra las derriba como un animal mitológico devorando toda una estirpe de dioses. Gritan, corren, lanzan arena. A mi alrededor los felices que dormitaban desnudos en la orilla me lanzan rayos cómicos con el deseo de poder aniquilarme, de borrarnos a los tres de aquella playa y reconquistar el silencio y las olas.
Corro hacia al mar, me hundo, me levanto, me hundo… Solo unos segundos, me creo libre, cuando por fin desaparecen los gritos y el drama de las ciudades sepultadas.Pienso en mí, en el cuerpo tenso por el frío, en las sienes limpias de alquitrán, en que podría ser tantas cosas, tantas mujeres. En que estoy llena de futuro, aunque no lo sepa.
Pero hay que volver a salir.
Tienes que salir, recoger las cáscaras de los plátanos, lavar los cubos, las palas, escuchar protestar los niños porque no trajiste bañador de cambio, caminar con ellos sucios por la orilla y llegar al coche.
Tienes que salir, de verdad. No puedes quedarte a vivir bajo las olas.
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