globo animado

No te vayas mamá

De la vuelta al curro, la no conciliación y otros dramas históricos

Soy Marta, soy madre y soy autónoma.

Con esta declaración entenderéis que lo voy a contar no es bonito.

De mis dos embarazos estuve trabajando hasta un par de semanas antes de dar a luz, aunque, eso sí, las guardias de 24h las dejé un mes antes de que mis hijos nacieran. Me hacía gracia que algunas madres que acudían a urgencias por fiebres de escasa importancia, ronchitas y otras nimiedades al verme el barrigón cuando me levantaba a explorar a sus hijos cambiaban la cara a una expresión de miedo y pena. “¿Qué susto que te peguen algo, no?” Pues sí, sobretodo el primer trimestre, cuando aún no se nota, porque es en el primer trimestre cuando enfermedades que vemos asiduamente consulta como el parvovirus pueden hacernos perder al bebé.

Primera parte superada y aún me sobran dos semanas para terminar de preparar la llegada del bebé. Llegan mis hijos y paso por el viacrucis del puerperio (40 días ciñéndome a la definición que ya vimos que estaba equivocada) e inmediatamente después de esos 40 días me incorporo al trabajo.

Hala amiga, tu medalla de desastre de madre

Ya hablamos de la culpa, ¿verdad? Os podéis imaginar el desasosiego de dejar a tu hijo recién nacido en casa e irte a trabajar, para más inri, viendo a otros recién nacidos que no eran el tuyo. Los primeros días no entiendes nada, es un absurdo enorme, tú allí cuidando los hijos de otra, haciendo promoción de lactancia materna, hablando de apego y seguridad mientras tu hijo está en casa lejos de tí.
Yo lloraba ya días antes, hormonas y culpa hicieron una mezcla perfecta de brea pegajosa y negra que se me adhería a la piel y me dejaba triste, sucia e incompleta; yo lloraba los primeros días, lloraba en el trabajo cuando hablaba de mis hijos y lloraba al llegar a casa y darme cuenta de que allí faltaba yo. En resumen, lloraba mucho. Las tetas no ayudaban y cada vez que uno de mis pacientes lloraba de forma sostenida, especialmente si era un recién nacido, notaba el hormigueo caliente de la leche derramándose que dejaba una mancha enorme en el pijama de trabajo, como una condecoración de malamadre. “Hala amiga, tu medalla de desastre de madre”.

Sacaleches, videos de Abril llorando para estimular la subida de la leche, fotos, muchas fotos, videollamadas a casa,… Y sobretodo una pareja que en primer embarazo disfrutó la baja que yo no pude tener y se quedó con Alejo sus 4 primeros meses y que con Abril estuvo en casa hasta los 3 meses y no faltó ni un día a nuestra cita de teta en la guardia de 24h, una visita por la mañana y una por la tarde, un rato con mi hija y con mi hijo.

Os diré que a nivel laboral la colaboración fue escasa, poco o nada tuvieron en cuenta mi necesidad de trabajar por una lado (el autónomo que no trabaja no ingresa) y mi necesidad de ser MADRE por otro. No facilitaron hacer horas en turnos mas cortos, en lugar de las matadoras 24h…
Mi trabajo me hace muy feliz, me gusta muchísimo y me permite crecer y aprender cada día. Me permite rodearme de gente genial, compañeras enfermeras, auxiliares, limpiadoras, administrativas que sí me hacen sentirme cuidada y respaldada cada día, con ellas puedo llorar mis insuficiencias y hasta reírme de la mancha de leche de mi pijama. Pero aún así, a pesar de los que me gusta mi trabajo, a pesar de ello, no he sido la madre que hubiese querido, he sentido que suspendía en la tarea de la crianza y eso deja una herida que nunca sana. Es un arañazo superficial, porque cicatriza cada vez que sientes a tus hijos cerca, cada vez que te dicen cuánto te quieren, cada noche que sí estás para contar una historia antes de dormir, cada tarde que sí puedes quedarte a jugar, cada sábado que puedes acompañarlos a comer churros con chocolate (no me lo tengan en cuenta dogmáticos de la vida sana…); pero se abre siempre un poquito el día que se cae y tú no está para consolarlo, las cientos de noches que faltas, la navidad que pasas sola, las tardes infinitas de consulta en que no llegas a tiempo de verlos despiertos.

Igual algún día, cuando pasen unos años, ya apenas duela, igual algún día se habrá cerrado por fin y yo habré sabido perdonarme.

Por eso, amigas, disfrutad cada segundo, da igual que mientras escribo esto Alejo grite fuego y se tire encima de mi espalda para rescatarme, da igual que Abril esté enganchada a la teta mientras tecleo, que tenga que ducharme en 3 minutos mientras Alejo grita que tiene hambre, que durmamos poco o nada, da igual porque son esos momentos de locura los que hacen que mi herida seque. Igual algún día, cuando pasen unos años, ya apenas duela, igual algún día se habrá cerrado por fin y yo habré sabido perdonarme.

Felices incorporaciones, os prometo que sobreviven y se crían alegres y lozanos aunque a veces les faltemos. Ánimo y que la subida de la leche a destiempo no nos hunda.

Firma una mujer, libre, trabajadora y madre… Ahí es nada.

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