Mi corazón: tu nido. Muerde en él esperanza
Los días metálicos no amanecen, los vamos construyendo las personas.
Últimamente, no sé si porque me hago vieja y es ley del tiempo sentir que todo empeora, o bien porque de verdad nos estamos cargando ya no el planeta si no la humanidad, me levanto a menudo con sensación de fin del mundo. Todo va bien, estoy cantando, me río, mis hijos parecen inmensamente felices y entonces… un sabor amargo y profundo que parece nacer de entre las amígdalas, como un caramelo denso y caliente. ¿Sabéis cuando en tu bar de repente cambian al Robe por Bisbal? Pues esa sensación. El apocalipsis.
Y es que fuera de bromas tontas, ver, leer y escuchar las noticias se ha convertido en un ejercicio de valentía y estoicismo, eso o directamente abandonar tu vida y lanzarte a las trincheras… asesinatos raciales, mares inundados de mascarillas, mujeres muertas sin condena a los responsables, imágenes de niños huérfanos huyendo, hambre, miseria, desiertos… Yo ya no puedo. Las noticias son un prólogo infinito de la desesperanza. Empiezo a temer que todo lo ganado en siglos va a desmoronarse en unos pocos años. ¿Somos una generación de vencidos? ¿Nos hemos rendido ya a la evidencia de esta desesperanza? Yo intento rebelarme, desde mi casa de luz, con mis hijos felices, con mi trabajo estable, con mis cuasi felicidades…. Estoy bien, eso pienso cuando todo arde, pero ¿No nos damos cuenta de que eso que está quemando son las raíces de esta vida?
¿No notáis la rabia, el instinto de supervivencia? ¿No conocéis que cuando se tienen hijos, esta responsabilidad de mantener la libertad y la paz va mas allá de nuestra propia vida?
Me siento impotente y pequeña, desde este istmo cada vez más estrecho, apunto de escindirme de esa realidad que rechazo. Pero este no es el camino. No sé cómo será mi lucha, pero debo retomar la batalla, debo, tengo, me obliga la idea de VIDA que tengo, la VIDA que dejo a mis hijos, la libertad de la que yo he disfrutado.
Despertemos, luchemos, gritemos, mantengamos la esperanza como último baluarte. Sin ella no nos quedará nada.
Los días metálicos solo van a recordarme la necesidad de sembrar los desiertos.
Mi corazón: tu nido. Muerde en él, esperanza… (Ángel González)
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