Los lobos y las niñas
Recuerdo de niña sentirme acorralada, perdida en la marabunta de una semana santa, con el calor del sol de domingo de ramos escociéndome en los ojos, y el cuerpo blando y caliente intentando huir. Recuerdo que olía como huelen las pieles que sudan helado, arrugadas y perfumadas artificialmente, como a jabón sucio, como a cuerpo sucio. Sé que tenía poco pelo y que era blanco, que llevaba una camisa de manga corta, quizás blanca, y se adivinaba una camiseta interior sin mangas, que los pantalones eran anchos y que le caían bajo el ombligo y masticaba un palillo de dientes con la misma fruición con la que se me adhería a la espalda y una y otra vez apretaba su carne sucia contra mí. Sé que tuve miedo, un miedo extraño, una sensación de nausea, de vulneración, de violencia, de violación. Allí sin voz entre gente que se agolpaba alrededor sentí la dureza de su entrepierna contra mí, yo un cuerpo abandonado a la deriva, un animal nervioso, una niña asustada que no entendía. Pasó el trono, se deshizo la carne y el lobo huyó a su agujero. Yo me quedé muy quieta un rato más, sintiendo la mancha de aquel cuerpo sucio sobre mí.
Después de eso recuerdo muchas formas de violencia.
Recuerdo pasear a mi perro y que un hombre me espetase que menos mal que llevaba el perro para protegerme, porque estaba muy guapa…
Recuerdo salir con amigas y tener que marcharme de algunos locales porque un tío pesado se negaba a aceptar la negativa por enésima vez, y ahí empezaban ya los insultos “Puta estrecha” “¿Qué pasa, eres lesbiana?”…
Recuerdo la adolescencia en la que evitaba las aceras en las que había obras porque pasar por delante era tener que aguantar una lluvia de piropos malos y babosos, porque veía como se avisaban unos a otros, y salían las cabezas de los agujeros en que trabajaban para mirarme y espetarme nuevos o viejos improperios.
Recuerdo bajarme de un autobús muy lejos de casa huyendo de un grupo de pasajeros que en la parte de atrás se habían hecho fuertes y valientes comentando mi aspecto, mis formas, las ganas de comerme…
Yo he huido, supongo que como todas, de autobuses, de portales, de ascensores, de salas de espera, de probadores, de colas en el baño, de pasillos de hoteles, de fiestas, de salas de estudio, de bodas de amigas, de clase, de parques, de cabinas de teléfono, de cines, de la playa, de un parking, de casa de alguien,…
Yo he huido, supongo que como todas, de autobuses, de portales, de ascensores, de salas de espera, de probadores, de colas en el baño, de pasillos de hoteles, de fiestas, de salas de estudio, de bodas de amigas, de clase, de parques, de cabinas de teléfono, de cines, de la playa, de un parking, de casa de alguien,…
Yo he corrido a refugiarme cerca de cualquiera, he saludado de lejos a desconocidos con el objetivo de que el lobo o la manada de atrás pensase que era amigo mio, que no estaba sola, he fingido hablar por teléfono acerca de que estaba llegando ya, que ya casi podía verlo, he agarrado las llaves de casa como si fuesen un puño americano y apretado el paso antes de entrar a cualquier portal abierto y cerrar deprisa, he soportado que en el instituto el director me llamase la atención por vestir “provocativa”, sí, provocativa, con 14 años, ¿Dónde está lo escandaloso, en mi ropa de una niña de 14 años o en su boca de hombre de 62? …
Ya empiezo a estar cansada de esta huida y solo quiero gritar a los lobos “Ahora os toca a vosotros correr»
Quién piense que no existe una violencia especial, con peso propio, una violencia estructural que no puede catalogarse dentro de otras formas de violencia contra la mujer es que no quiere ver ni escuchar. Preguntad a vuestras amigas, a vuestras hermanas a vuestras madres cuántas veces han huido…
Ya empiezo a estar cansada de esta huida y solo quiero gritar a los lobos “Ahora os toca a vosotros correr”
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