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Los helados de mi infancia 5: El Frigopie

Advertencias para los que no son malaguitas:

  1. No hace falta decir que Chiquito de la calzada era (y es) un semidiós en los noventa y made in Málaga. En esos años chiquito estaba hasta en las papas y en las bolsas de esas patatas fritas regalaban los chiquitazos a los que hace referencia el texto. No minusvaloren este tesoro, si los conservan, porque los venden en todocolección a 2-3 leuros el chiquitazo.
  2. Un suso es un bollo de azúcar relleno de crema.
  3. La revista Vale (de esto había en España entera) era una aberración hoy impensable de publicación dirigida a adolescentes donde daban consejos sobre besos, sexo, belleza, hechizos para enamorar y otras delicias de mujer sometida. 

“Le sabe la boca a Suso” gritaba Pablo; “Te lo juro, a la Susi le sabe la boca a Suso”. Ya veis, que aliteración tan bonita y poco estudiada.

La Susi era una rubia churretosa que acababa de tomar la decisión crucial en el conejo de la suerte y por fin había besado a Pablo, con más miedo que ilusión. La Susi se vestía de rosa, y abusaba del tul y los lazos de colores, le gustaba usar brillo de labios y bolsos cursis para niñas bien. La Susi tenía 12 años, el culo gordo y la boca le sabia a Suso, según se había revelado en aquella reunión.

Susana Reyes Rengel, 12 años, ojos castaños, pelo rubio, muslamen generoso, 130cm, voz suave cuando cantaba rancheras de baño, fan de Bertín Osborne y de Juan Pardo pasaba las tardes de verano repasando su cuaderno de vacaciones Santillana, haciendo tiempo hasta que daban las 18h y su madre la dejaba salir a la calle donde tirados en un trozo de césped de una mediana los niños del bloque tres se reunían. El día fatídico en que había ocurrido el suceso en cuestión la excusa era cambiar unos chiquitazos, meretérita por pecador de la pradera, concretamente.

 

Pablo, cacho carne con inmensos ojos verdes, las manos grandes, y el aspecto de hombre a medio cocer que da la preadolescencia en la que ellos parecen un cachorro maltrecho; brazos y piernas largas, espalda encorvada, pelo salpicando la piel de forma desodernada, la voz cambiante, el olor de animal en celo, la risa absurda del niño con cuerpo de semihombre. Pablo devoraba las sardinas como un lobo, hacía acrobacias de niño sin miedo en la playa, tenía el color de un animal salvaje y sus mismas ganas de vida. Pablo era un espectáculo de hormonas y futuro, una bestia que apenas ha empezado a ser. Pasaba las tardes en la mediana pateando un balón, dando saltos de acróbata, y la excusa aquella tarde, era cambiar unos chiquitazos.

No sé cómo Luis había conseguido convencernos para jugar al conejo de la suerte, pero Susi vio en aquello un reto y una oportunidad. Se había leído de pe a pa el artículo (artículo es mucho decir, perdónenme los periodistas) de la revista Vale de su hermana mayor acerca del beso perfecto.

Labios apretados y “jugosos” decía la revista, beso decidido, ojos cerrados y como por arte de magia, la siguiente viñeta eran unos fuego artificiales reflejándose en el mar… «Allá voy, pensó pasándose la lengua por los labios».

 

Y ocurrió y el ímpetu de Susi fue tal, que al aproximarse a aquel preadolescente acabó dándole primero un cabezazo para después agarrarlo de los hombros y plantarle más que un beso una estocada  en el centro de la boca. Un segundo, tal vez dos de maniobra. El resto estupefacto miraba la escena con ojos de búho, alguno se reían y otros se tapaban la boca o hasta los ojos…

“Puagh, Susi, te sabe la boca a suso»

Pablo no paraba de repetirme aquello. «Tía a mí es que los Susos me dan mucho asco, si le supiese a Frigopie por lo menos…»

Al día siguiente la Susi bajó a la mediana dando bocados de musa a un Frigopie recién comprado. La boca “jugosa” chorreando crema de fresa.

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1 Comentario

  1. Que divertida historia de verano, me ha traído a la mente muy buenos recuerdos.
    El frigopie era “mi helado”, la grifería de oro de la mansión del dueño de Frigo, se la pagó mi madre comprándonos a mi santa hermana y a mi (Santa por tener que aguantarme) varios helados al día durante muchos veranos seguidos.
    De todos modos al echar la vista atrás no creo que fuese dinero tirado, es cierto que podría haber gastado ese enorme montante en algún lujo pasajero, pero los recuerdos con my syster tomando frigopies en cada rincón fresquito de mi casa, no los cambio ni por todo el oro del mundo.
    Un abrazo.

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