globo animado

Día mundial de la muerte perinatal.

La ilustración es de Ina Stanimirova Illustration y cuelga desde hace años de la pared de mi dormitorio.

La muerte

Por mi trabajo entenderéis que he vivido muchas muertes.
La primera aproximación a la muerte la tuve siendo estudiante. Ahí vi personas languidecer en pasillos, en salas de observación, ahí entendí que uno podía morirse solo o mal acompañado. Supe inmediatamente que yo no sería médico de adultos, me dolieron muchísimo los ancianos a los que ya no les queda nada, los que habían perdido incluso quienes eran, aquellos cuya familia discutía al borde de la cama sobre como gestionar la inminente despedida, aquellos que pedían agua en los sillones de madrugada… Y es que me di cuenta de que en esa etapa de la vida, a menudo por primera vez, puedes encontrarte solo. Solo y asustado.
Elegí ser pediatra y se que no me he equivocado, pero la pediatría también debe acompañar en la muerte, y en este caso, en la muerte de un hijo, que es sin duda el sinsentido mayor que existe, nadie debería sobrevivir a un hijo. No obstante, la muerte en pediatría, siendo tristísima, que lo es, suele ser una buena muerte. Los niños tienen apoyo emocional hasta el final, una familia que los quiere, una atención cercana y exquisita… Evidentemente recuerdo los nombres de las despedidas que yo he vivido, recuerdo si tuvieron o no miedo, si estuvieron tranquilos…
He vivido también muertes neonatales, niños que nacieron y murieron el mismo día, en la misma hora, niños que murieron después de días, semanas o meses de lucha. Niños con nombre, niños con una habitación en casa, niños que no pudieron crecer.
He vivido algunos de esos duelos, y el acompañamiento que les damos en el hospital, y el arrope de sus familias. Todos entendemos esa pérdida, ese dolor, todos intentamos acompañar y sostener.

La muerte prenatal

Sin embargo desde que empecé la residencia de pediatría fui consciente de cómo el sistema, en general, ignoraba la muerte prenatal. Recuerdo mi sorpresa y mi indignación al ver que madres que acaban de sufrir un aborto estaban ingresadas en la misma planta que aquellas que acaban de dar a luz a un hijo sano. Todo el pasillo lleno de carteles de promoción de lactancia materna, con niños rubísimos de ojos enormes, lleno de cestas de pañales, de flores, del jolgorio de una celebración en la puerta de al lado. Yo nunca entraba a aquellas habitaciones que tenían la puerta cerrada, en las que siempre había silencio, no entraba porque allí ya no había niño, y por tanto, tampoco pediatra, pero sentía el dolor de una familia y a la vez el miedo del personal, del sistema, de la institución.

¿Por qué tenemos miedo al dolor del otro? ¿Por qué se dicen frases como “eres joven, ya tendrás otro hijo” o “al menos tienes a tu primer hijo sano”? Joder, ¿No tienen derecho a llorar?

Cuando yo misma viví esa pérdida y quise llorar y lloré, a mi alrededor trataban de restarle importancia hasta tal punto, que me sentí ridícula llorando encerrada en el baño, con el dolor emocional y el físico, porque abortar también duele en la carne, también tiene la dureza del dolor mensurable y físico. De hecho aun hoy, cuando lo comparto por primera vez, tengo que pedir perdón al iniciar el discurso, porque de alguna manera, en mi fuero interno sigo sintiendo que igual estoy exagerando la situación, que no debo sentir esto que siento. Pero os juro que mi hijo existió y tuvo nombre aunque fuese un aborto temprano.

Os juro que mi hijo existió y tuvo nombre.

Cuando comentas que te ocurrió de repente otras mujeres a tu alrededor relatan lo mismo… ¿Cómo es posible que seamos tantas y no lo sepamos? ¿Acaso todas sentimos vergüenza? ¿Acaso todas nos creímos sin derecho a llorar?

Yo os animo a compartir lo que sentisteis, lo que sentís. Y ojalá un día si volvemos a necesitar otra despedida como esta, podamos hacerlo tranquilas, en una planta en silencio, sin globos ni osos blancos, con el llanto que cada una estime oportuno.

¿Acaso todas nos creímos sin derecho a llorar?

Somos muchas y todas lloramos a un hijo que existió y tuvo un nombre.
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