globo animado

Del feminismo que no mamé

Tengo 35 años y una camiseta en el que un aparato reproductor femenino grita “Libres y salvajes”, escribo un post en bragas en el porche de mi casa (MI casa, MI hipoteca), recién salida del hospital donde trabajo tras una guardia de 24h y mientras veo a mi hijo sucio y feliz jugar con la arena y a mi hija balancearse en su hamaca.

Así no te comerás una rosca

Cuando yo tenía 10 años mi abuela le pelaba la fruta a mi abuelo, le cortaba las uñas y al terminar de comer en su casa solo me reclamaba a mi retirar la mesa y cuando yo preguntaba “¿Y mi hermano por qué no?”, ella respondía ojiplática que mi hermano era un hombre. Ahí yo solía iniciar un discurso feminista en pañales que solía acabar con la voz tranquila de mi abuela diciendo: “Así no te comerás una rosca”. Ella nunca se asombraba de mi discurso, no la enfadaba, no la ponía nerviosa, simplemente tenía la certeza de que yo estaba equivocada y que el mundo no cambiaría tanto como para permitir que aquella perorata de niña repelente no desentonase. Mi abuela que no tenía cuenta corriente ni sabía como sacar dinero, mi abuela que si trataba de opinar de algun tema era cortada con un “No digas tonterías tú de esto no entiendes”, mi abuela que quiso y fue feliz en ese mundo que nunca cambió mientras ella estuvo aquí. Mi abuela preocupada por mi nulo atractivo doméstico.

Excesivamente simpática

Seguí creciendo y con 14 años me dieron una charla sobre por qué no debía ser excesivamente simpática con mis compañeros varones. “Excesivamente simpática”… en este caso no era un eufemismo de nada puesto que aún no todo estaba sexualizado, esta vez era solo anticipar que aquella simpatía que yo sentía y que despertaba podría acabar siendo erótica en algún momento… y eso, en aquel momento, en aquella casa, era intolerable. Me insinuaron que ese exceso de sonrisas podría traer problemas y aunque no recuerdo las palabras exactas sé que el discurso hablaba de etiquetas, de no ser tomada en serio, del malquerer y del juguete usado.

Pobre del que se enamore de ti

En la facultad cada vez tenía más fuerza, me sentía mucho más libre, me había sacudido el uniforme de tablas, el rancio de las filas en el patio, las etiquetas que tuve o que otra s tuvieron… allí parecía no importar, allí nadie me advirtió nunca sobre ser demasiado simpática. Y sin embrago, si fue excesiva de otro modo. En la facultad yo me creía capaz de todo, el mundo a estrenar, la posibilidad de SER por vez primera sin censura, en la facultad yo emprendía guerras contra cualquiera que vulnerase MI concepto de justicia. Guerras porque la tuna era la única asociación cultural reconocida (una institución eminentemente machista; hoy en día medicina tiene su propia tuna de mujeres), guerras porque tuvimos un plan nuevo de enseñanza y los departamentos jurásicos no lograron adaptarse, guerra por tener que vestirnos de boda para examinarnos en modalidad oral, guerra por tener que soportar que en las prácticas el cirujano de turno en quirófano me llamase ojos bonitos y a mis compañero “Doctor Guerrero”… En esas guerras vivía yo y me crecía y en una de ellas uno de mis profesores (del que por cierto guardo un buen recuerdo) me dijo delante de la clase (erámos 150 en el aúla, háganse cargo): “Pobre del que se enamore de tí”. De nuevo peligraba mi futuro juntamiento, de nuevo condenada a ser hembra gris, yerma y marchita… (debían pensar ellos, yo me sentía libre de ser y sentir)

“Reina, bonita, cariño…»

Y acabó la facultad y empecé la residencia, y aunque éramos muchísimas médicos a menudo los pacientes seguían esperando a un hombre, y me llamaban “reina”, “bonita”, “nena,” “chica”, “guapa”, ”cariño”… y me pedían pañales para cambiar a sus hijos y me preguntaban cuándo vendría el doctor. Ahí me curtí y fui segura y me hice fuerte y acabó mi residencia y me incorporé al mundo laboral ya sin el amparo de la formación. 

Asustar a los hombres

Paralelamente tuve una pareja, empecé a construir un hogar, y me di cuenta de que no era feliz, y tuve que salir de allí y volver a mi casa de niña un tiempo, y de nuevo insinuaron que yo era demasiado complicada, que yo “podía asustar a los hombres”… De ahí aquel fracaso (me dijeron), de mis guerras, de mi fuerza, de mi inconformismo, de mi idea del amor y el mundo como una tormenta, yo misma una tormenta.

Yo no sé si es que hoy no has follado

Desde que trabajo en mi puesto actual sigue ocurriendo que a menudo hay quien no parece tomarme en serio (aunque una gana en asertividad y ya es difícil no ver lo fuerte que apuesto por mi y por lo que sí sé, por lo que sí estoy segura de estar haciendo perfectamente), hay situaciones surrealistas en que padres de pacientes te gritan e insultan en la urgencia por no hacer lo que ellos deciden que es lo correcto, os contaría el día que aquel padre me dijo “Yo no sé si es que hoy no has follado…” o aquella madre que desde el día en que no accedí a sus deseos de realizar infinidad de pruebas complementarias innecesarias a su hijo cada vez que acudía a urgencias y me encontraba gritaba en la sala de espera “La pediatra gorda no ve  a mi hijo…” pero se quedaba, eso sí, y tenía que atenderlos…Podría deciros que en el ascensor del hospital un señor me preguntaba, mientras yo estaba trabajando con mi pijama de médico de guardia si tan guapa se podía ir  a trabajar (no me imagino esa fracasa dirigida a uno de mis compañeros varones)…Podría contaros muchas porque desgraciadamente siguen siendo muchas.  

Lucha y victoria

Pero prefiero hablar de los avances. Prefiero contaros que salí de aquella cama helada en la que dormí sintiéndome triste muchos meses, prefiero deciros que también salí de la casa de mis padres que fue un refugio momentáneo en aquella huida, que encontré mi felicidad de tormenta, que es lo que una mujer de tormenta necesita, que vivo en mi casa y con mi familia, que disfruto mis temporales a la misma vez que los temo, que me confieso libre de ser y estar.  

Prefiero hablar de lo rápido que esto se ha movido, de que ahora mis guerras las luzco con orgullo, que aquella simpatía inadecuada me constituye, igual que lo hacen mis indumentarias excesivas, mis labios escandalosos… 

Hoy soy yo en bragas, con una camiseta que reza “libres y salvajes”, con mi hija mirándome mientras le prometo que suyo será le mundo y que nadie le recriminará su fuerza. 

La responsabilidad es de todas, la victoria también lo será.

 

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3 Comentarios

  1. GENIAL! Eres sencillamente genial, me encanta como escribes, lo que transmites, me quedo con ganas de más. Has escrito algún libro? Sino es así, deberías😊

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