Cuarentona

Mañana cumplo cuarenta.

Cuarenta que es un número muy redondo con un cuatro lleno de aristas que a veces arañan, que me levantan la piel y la llenan de una lluvia fina y rosada. Con unas cimas puntiagudas e inalcanzables donde siempre es invierno en primavera, donde se quedan atrapadas las nubes bajas de tormenta y los pájaros, empapados, no pueden levantar el vuelo. Un cuatro con una sola línea horizontal desde la que mirar hacia arriba, desde la que poder tomar aire para seguir ascendiendo. Y a su lado el cero, prometiendo un eterno giro, el juego infantil de saberse la misma dando vueltas en un columpio vacío, donde sigo teniendo seis años, donde sigo arañándome las rodillas, soplándome las heridas, imaginándome el mundo distinto, siempre distinto, como si aún estuviese todo por descubrir.

Llego a los cuarenta algo perdida, y pensándolo bien, mis certezas siempre han sido pocas, pero quizás hoy son menos, o tal vez sea la presión de pensar que ya debía saberlo casi todo, que ya debía ser una señora, con la cabeza ordenada, con los dramitas domesticados durmiendo siestas de tarde en las esquinas, con las patas por alto leyendo un libro y el mundo bajo mis pies bien colocadito y en tonos pasteles.

Pero yo soy una marejada, y sigo agitando el fondo hasta verme todas las rocas llenas de lapas azules y algas histéricas. Y continúo pensando en el eco que me devuelve esta insuficiencia mía de saberme incompleta.

Pero sigo, y sumo, algo sumo, aunque me temo que la vida continuará llena de cifras cuajadas de aristas, por más que todavía espere, como esperan los creyentes el paraíso, encontrarme flotando tranquila sobre un mar de mayo, donde los peces azules descansen helados en mi pecho.

¿Los tienes tú? ¿Los cumpliste? ¿Sigues dando vueltas, como yo? ¿Te imaginaste así tus cuarenta?

Brindemos también por las tormentas, y por el sol punzante que queda tras ellas, por la orilla llena de conchas amarillas después de la última marejada. Ahí vivo. Todavía y siempre.