globo animado

Bruce Willis

Hoy soy Bruce willis en el Sexto sentido.

Voy en un Ave Málaga-Madrid en un vagón de esos exclusivos en los que hay solo seis personas que visten en tonos neutros y llevan auriculares inalámbricos. No hacen ruido, casi ni respiran, o no los veo, deben hacerlo en modo ejecutivo también. No viajaría aquí de no ser porque es un viaje de trabajo y tatopagao, es decir, los billetes los elige otros, sino ya te digo que aún seguiría buscando donde colocar mi maleta. Peeeero parece que aún siendo yo hoy reina por un día, o como quieras llamar a sentir que estás accediendo a pantallas de bonus track, se ve que en mi billete falta un algo, una cosita, una minucia que otros sí tienen. Así que de repente en este vagón, con un vestido de estrellas de colores y un abrigo rosa, a pesar de mi estridencia, soy invisible. Lo juro, invisible.

Al resto los saludan varias veces, hacen las reverencias esas de cabeza que más parece un servilismo, y que no veo necesarias pero están socialmente aceptadas, le ofrecen una toallita de esas calentorras y con olor a limón radioactivo (gracias por no dármela a mi), una minigalleta super cuqui y una carta como comida, y luego su buen desayuno… y supongo que debe quedar mucho más porque no llevamos ni una hora de viaje. Miedo me da porque al paso que va esto el siguiente pase será una manicura y el último un acróbata diminuto del circo del sol en un número definitivo y exclusivo (no olviden que todo es exclusivo) sobre sus bandejas.

Para mí no, yo soy invisible y empiezo a preguntarme si habré muerto y no lo sé, si sigo siendo una ególatra incapaz de aceptar su finitud. ¿Estoy viva? ¿Pueden verme? No pueden, soy invisible.

En realidad sí lo soy. Estoy llegando a una edad en que lo soy. Lo soy porque no soy joven, porque no soy especialmente atractiva, porque las protagonistas de las pelis, de las series, de las canciones, no se parecen nunca a mi. Estoy en la edad invisible del género femenino. Cuando ya no estás buena, ni lo estarás. Porque al final te das cuenta que la visibilidad a lo grande, la de la iriscencia, la animal, esa, va ligada al sexo o a la potencia de sexo, al atractivo sexual como único motivo.

Y bueno mi invisibilidad es solo parcial, pero no por mi físico, de ese no hablamos, sino porque tengo suerte, porque he nacido bien, no solo sana, entiéndeme, he nacido bien colocada, en un buen sitio, en una casa, con una familia que me quiere, sin apuros económicos, me he formado porque me lo he podido permitir sin aprietos. Y bueno, me lo he currado, claro, pero no partimos todos del mismo sitio, eso está claro, y la meritocracia es una mentira, no corre igual el que va libre que el que lleva un lastre en los tobillos. Así que es una invisibilidad de snob, una trasparencia azulada de quien patalea y se rebela porque se está desdibujando, y se dá cuenta de que alrededor, antes, mucho antes, orbitaban cientos de personas invisibles, personas que nadie veía y que ahora saludan, porque, ella también (yo también) está  (estoy) desapareciendo.

Preguntan por la basura, ahora sí me ven, se ve que a los invisibles nos pasan lista a la hora de recoger la mierda, eso sí.

 

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