Atardecer(me)
La maternidad, la paternidad, es como una carrera.
Desde que se inicia este juego uno empieza a correr, a esforzarse, a estirar las horas y los días hasta que se unen todos en una amalgama indistinguible de rutinas y autodecepciones.
No me entiendan mal, mis hijos son maravillosos, soy yo la que falla.
Entre tantísimos mensajes de positividad tóxica, pocos se ven de realidad aplastante.
Las horas pasan siempre temiendo que no estoy haciendo lo que debo, que no me encuentro donde se espera de mí, que les falto a unos y que me sobro. Me sobro.
Y así corro desde hace casi 4 años.
𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢, 𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘵á𝘴 𝘦𝘴𝘧𝘰𝘳𝘻𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢…, 𝘵𝘳𝘢𝘯𝘲𝘶𝘪𝘭𝘢, 𝘦𝘴𝘵á𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦… Pero nunca llega la meta.
¿Os encontráis en esta lucha? No digo que seáis infelices, digo que siempre parece que una corre en pos de un imposible.
Digo que hay momentos es que no sé quién soy ni qué ha sido de mí, momentos en que dudo hasta de mi existencia, de mi relevancia, de mi propia vida.
Es como si quien fui se hubiese diluido hasta hacerse imperceptible a todos ojos. No me veo yo, no me ve mi pareja.
Solo existo en la medida en que se me necesita.
Existo en horario laboral, duchas y cenas de lunes a viernes. Desayunos de sábados y domingos. Y los saltos y acrobacias en el tiempo que transcurre desde que amanece hasta que puedo, rendida y desarmada, apagarme sobre el colchón.
De repente, una tarde idéntica, siempre en domingo, me sorprendo atardeciéndome, deshilándome, despidiéndome…
El agua me deshace la piel y los huesos y me derramo lenta y densa en un carnaval de postguerra hasta colarme por el desagüe sucio donde han ido a parar todos los restos del naufragio.
Así hasta el próximo rescate en que por un instante deje de ser invisible de nuevo.
En mi último reencuentro, yo era yo y leía a Manuel Jabois a la orilla de otro mar.
Suspiro y anticipo la próxima huída, mientras, no me esperen, estoy atardeciéndo(me)
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