globo animado

Aquí se viene a morí. Fin de año 2019.

A mí es que nunca me gustó la nochevieja.

Cuando éramos pequeños mis padres salían con sus amigos de cena y de fiesta y las pasábamos con mis abuelos, así que solo recuerdo nocheviejas en pijama, con Jose Luis Moreno de fondo y mis abuelos llenos de espumillón y serpentinas con un matasuegras torcido en la boca.

Cuando crecí y me dejaron salir esa noche, tampoco me gustó. Al principio fueron los vestidos incómodos como de puesta de largo de señorita de la alta sociedad, los cotillones organizados en salas enormes, el “Aquí se viene a morí” que te obliga a permanecer allí, aunque te duelan los pies, aunque odies la música, aunque tu amiga ya haya vomitado dos veces, aunque en el baño no haya quien pare, aunque hace horas que querías irte a casa arrastrando el bajo de tu vestido hortera lleno de copas, tierra y colillas.

Crecí algo más y hubo alguna nochevieja que sí me gustó, alguna nochevieja en casa de amigos, una cena solo nuestra y una fiesta a medida en la que la música, los baños, y la conversación estaban a gusto del consumidor. Aún así, “Aquí se viene a morí” y yo eso lo llevo regular.

Y finalmente vinieron las nocheviejas de compromiso. Hay que cenar aquí, hay que hacerlo de este modo, con este planing, guste o no, apetezca o no, trabajes al día siguiente o no. Porque eso es ser adulto, dejar de elegir… Oh, espera, de niño elegían mis padres, de adolescente también, de adulto joven… sí, de adulto joven fuimos libres, pero ahora, que gran mentira “Cuando seas padre comerás huevos” ahora pon a la cola lo que querrías hacer porque a lo mejor te llega el turno a partir de los 60.

Y sigue sin gustarme

Y así crece mi animadversión a esta noche en la que parece que hay exprimirle al año un jugo que no tuvo, a la noche romperle todas las horas (con la de noches que nos hemos acostado a las 22h, cómo podríamos recuperar todas esas madrugadas desaprovechadas solo hoy), hay que hacer balance como si acabásemos una etapa, como si mañana fuese otro mañana, otra casa, otra ciudad, otra mujer. No olvides las uvas (que no me gustan en demasía, ni siquiera cuando puedo comerlas partiditas y despacio, imaginad a golpe marcial de campanada histérica), el oro, el brindis obligado con champagne, volver a oír la explicación de los cuartos, tener que besar y besar, que sonreír, que divertirte. ¡Oye, tienes que divertirte!

Así que me acuesto cuando puedo, cansada, reconociendo haber mirado la hora cada 15 minutos al menos desde que acabó la cena hasta que pude meterme en la cama, pensando en el día de hoy, en que vuelvo a trabajar.

Y me levanto cuando todos duermen y veo el desfile de pubertos de chaqueta o en su versión más alternativa, vaqueros y pajarita. Los tobillos finísimos apunto de quebrase a cada paso, subida en tacones que habrán atravesado mil selvas, algunos descalzos, sostienen los zapatos en la mano, y se gritan aunque crean que susurran, y se caen, y se deshacen bajo los primeros rayos de sol, como si el hechizo desapareciese, y de repente son cuerpos fuera de sitio. El olor a orina de las calles, los vasos rotos, los vómitos en las aceras, el espumillón y las botellas. El escenario de una guerra que fue, ahora solo un desastre, solo una salida de tono, solo la ridícula sensación de no estar en tu sitio.

Aprieto el paso, soy la única sobria de la calle.

Mis mejores deseos..

Y al 2020 le pido que no me exija los mismo honores a su marcha, que me deje ser la misma el 31 que el 1, que me permita besar solo si quiero, que me libere de la presión de la felicidad impuesta. Y que la fiesta, si es posible, venga un día cualquiera y me sorprenda bailando “So payaso” saltando abrazada a mi pareja.

Que el fin del mundo nos pille bailando, pero no un 31 de diciembre, por favor.

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1 Comentario

  1. Si la odias ahora, cuanto más cuando tus hijos te digan: “ nos vamos de cotillón “ y no apetezcan hasta el otro día. Un beso. Ah! Y podrías recopilar todos los escritos y hacer una publicación. Digo yo. O no.

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