globo animado

Día de Andalucía

Así fué

Viernes más próximo al 28 de febrero. Yo con mis 50 kilos y mis 10 años. El jersey de cuello vuelto blanco y sobre él el vestido de flamenca. Yo quejándome de que así eso no lucía. Yo con los leotardos bajo los volantes. Desayuno de mollete antequerano con aceite en comuna. Mapas de Andalucía coloreados profusamente con temperas verde y blancas. El himno. Blas infante. Olivares. Gambas. Costas. Sol. Flamenco. Volantes. castañuelas. Centenares de niñas vestidas de faralaes corriendo por el recreo, pateando los balones, jugando a la comba y despeinadas.

Y qué lejos está todo eso de ser Andalucía.

Quisiera haber sabido que Andalucía era sol y también precariedad.

Era “Nena tú vales mucho, pero aquí no, aquí vales la mitad que en Cataluña”.

Era aprende inglés y huye a Suecia para que tu trabajo cualificado esté dignamente remunerado.

Que Andalucía también era no poder jubilarte nunca de un campo que te roba la sangre y el aire, que era el paro sin solución, los lunes al sol, las manos ásperas y dañadas.

La chacha de Emilio Aragón, el Rigodón de Willy Fog, la Charini de los Morancos…

Andalucía era su televisión bochornosa, con María del Monte pesando obesos en prime time.

Andalucía era un barrio lleno de gente que se había rendido antes de empezar.

Andalucía era un pueblo que se hacía chico porque nadie parecía repetirle lo grande que era, porque como a un niño que no se le acompaña, había crecido con miedo a molestar, naciendo de una sociedad oligarca de señores latifundistas y quedando para siempre relegada su economía al sector primario donde crecer es complicado.

Somos un pueblo que tiembla en el espacio que le dejaron, que es capaz de ser feliz dentro de esos límites, que se ha creído el cuento de que no merece más.

Yo sí tengo orgullo de patria, orgullo de Andalucía porque de verdad pienso que somos unos afortunados por vivir donde vivimos, por crecer rodeados de quienes crecimos, pero me duele que parezca que el techo aquí está aún más cerca, que hay que conformarse, que hay que quejarse bajito, que hay que seguir sonriendo comiendo espetos al sol con los pies metiítos en la orilla, porque eso basta.

No señores, eso no basta, eso sana pero no basta.

Yo quisiera que fuésemos capaces de reivindicarnos a boca llena, de sentirnos capaces de todo, de no arrastrar este complejo absurdo de creernos merecedores del premio de consolación. La Miss simpatía, el accésit, el «Gracias por jugar, suerte la próxima vez.

¿Qué es lo que nos empuja a conformarnos con eso? ¿Qué clase de cadenas hemos construidos desde hace años? ¿Qué redes nos arrastran a este fondo de arena? ¿Qué alquitrán nos espesa el vuelo hasta hacerlo imposible?

Así que yo en el día de Andalucía me pondría una camiseta feminista, unas flores arremolinás, unos labios rojos de fuego y brindaría al sol en cualquier orilla pero gritando muy fuerte que somos grandes, que ya nos hemos cansado de esperar a que nos rescaten, que empieza la reconquista.

Ojalá nos sacudamos el polvo de este camino, ese que nos ensucia y nos acompleja, ojalá dejemos de sentirnos siempre conformados.

Esta vez cuando nos oigáis gritar que somos fuertes, libres y gigantes no seréis capaces de pedirnos que sigamos hablando porque somos muy graciosos.

Esta vez, cuando nos oigáis gritar sabréis que tenemos la fuerza del que nada teme y todo espera, sabréis que somos justicia y futuro.

Qué viva Andalucía libre y ORGULLOSA.

 

  • Si queréis leer de dónde nace nuestra pobreza os recomiendo este artículo.
  • Si queréis saber el origen de nuestro complejo, con eso no puedo ayudaros, ojalá escribamos que fuimos capaces de creernos invencibles y justo entonces pudimos lograrlo todo.
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