Domingo
Los domingos a mi me sabían a atardecer en el coche, de vuelta de alguna parte, cansada, con la radio retransmitiendo partidos de fútbol que jugaba no sé quién en no sé dónde.
A mí los domingos se me marchitaban deshojándose lentos y tristes como una canción gastada.
No me gustaban de niña, ni de adolescente, ni siquiera de adulta aprendí a disfrutarlos.
Desde que llegaron ellos, de repente han dejado de ser una antesala, una espera, un rellano. Ya no me pesan como el fin de algo, un final después del final, cuando ya nada queda. No se si me explico.
Ahora están llenos de luz y de ruido, de desayunos infinitos, de restos de pan en los pies descalzos, de risas con la boca llena, de suelos sucios, de comida a destiempo, de manchas de chocolate sobre la hojas de mis libros, de plastilina, de barcos piratas sobre la cama, de pelis de dibujos, de abrazos de hulk, de gritos al oído, de cuentos de dragones y calabazas gigantes.
“Mami mejor no vuelvas a irte»
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